Haití o el ensayo del apocalipsis

Las tragedias, como los hombres, las concepciones políticas, los idearios históricos, las tesis filosóficas, los partidos de fútbol, las marchas triunfales y hasta las utopías sirven, curiosamente, para casi todo: para amistar adversarios irreconciliables, para que los líderes engrasen sus maquinarias y alimenten sus discursos, para que las señoras lloren, para que los canales de televisión aumenten la sintonía y los periódicos las ventas, para que las reinas de belleza tengan algo que decir, para recordarnos que la muerte no está en otra parte, para que los señores se apiaden de sus vasallos y los amos de sus esclavos, para que se hagan canciones ridículas, para que se calumnie al amor, para que recordemos todo lo que nos sobra o no necesitamos, para que los mercaderes se sientan inflamados de una súbita bondad.

Haití es un nombre que hace mucho se asocia al concepto de tragedia. Su miseria hiperreal, su hambruna perenne, su vudú y su hotelería hollywoodense, su deprimente ingreso per cápita, sus cuatro ricos pantagruélicos, sus gobernantes feroces dignos todos de ser un capítulo de la historia universal de la infamia, lo demuestran de manera indiscutible.

¿Dónde estarán los Dioses de Haití? Ni la imaginación más perversa podría endosarle a uno solo de ellos tantas calamidades. Unas veces la historia, otras la naturaleza, y siempre los mismas víctimas. El brutal terremoto del martes pasado, pone a la vapuleada isla en la mira de la comunidad internacional, que ahora sí parece acordarse de que en ese punto de la geografía hace mucho tiempo se está ensayando el apocalipsis o, lo que es más diciente, que el desastre ya estaba allí mucho antes del terremoto.

¿Dónde estarán los Dioses de Haití? Esta sombría nación que ha pasado por las garras de todos los demiurgos blancos (españoles, franceses y ahora estadounidenses), no conoce el abrazo del sosiego. Alguna dádiva secreta existirá desde que el imperio norteamericano despliega tantas tropas y tanta aparente filantropía. ¿Habrá en su territorio minerales estratégicos o una veta sin explotar para enriquecer las arcas de las cadenas de turismo planetario?

Aunque parezca increíble, el sismo pavoroso puede no ser un final sino todo lo contrario: el principio de una nueva y funesta serie de iniquidades sin posibilidad de justicia. La sola idea de una protección del imperio a los haitianos –esos subyugados a los que se mira como menores de edad– produce escalofrío y nos llama a la reflexión.

Este horrible terremoto es tan solo un desenlace: en Haití desde siempre está temblando…