Jairo Aníbal Niño y Antonio Ibáñez

DOS PASAJEROS EN FUGA
El día más lluvioso de la pasada semana, de manera discreta, y seguramente sin rebajarse al temor, el gran periodista Antonio Ibáñez (nacido en Salgar, Antioquia) conocido como el Señor de la Noche, y un verdadero monstruo de la radio, abandonó la nave. La noche, que le fue tan cara, terminó por devorarlo. Tenía setenta y siete años, y había padecido un rapaz enfisema pulmonar que, sin embargo, no logró retirarlo de los micrófonos de Todelar, última de sus paradas laborales y el  sitio donde realizó la versión postrera de su mítico programa nocturno, donde por décadas –a punta de entrevistas, encuestas, lectura de poemas y fragmentos literarios y filosóficos, pero ante todo merced al derroche de una sabia alegría– imprimió vitalidad y esperanza a los celadores y los insomnes, los ladronzuelos y los poetas, los boleristas y los desquiciados, las putas y los travestis, los enamorados heridos en lo más profundo de su sexo y los aprendices de suicidas. Ese programa suyo, que tuvo varios nombres pero una sola esencia, le mereció múltiples premios de periodismo, tanto a nivel local como internacional, entre ellos el Simón Bolívar y el del Círculo de Periodistas de Bogotá.
En otra parte de esta misma ciudad, la prolijidad de lo real disolvió también la existencia de Jairo Aníbal Niño (nacido en Moniquirá), quién, haciéndole sabio honor a su apellido, consagró sus 69 años a escribir para infantes, y perpetuar el estado de vigilia asombrosa del país de nubes que es la juventud. Zoro, La alegría de querer, Toda la vida, Puro pueblo y el Baile de los arzobispos son apenas algunos de los títulos que este hombre escribiera, muchos de los cuales lograron construir un puente comunicativo con multitud de lectores. Se trata a veces de prosas, algunas muy breves –y tal vez preludio de lo que hoy se llama mini-ficción– y en ocasiones de cuentos llenos de una ingenuidad y una sencilla y reposada belleza. Jairo Aníbal también escribió piezas dramatúrgicas de relevancia, la más conocida de ellas, El monte Calvo, una radiografía cruel, pánica y sinuosa de los años sesentas en Colombia, con su violencia, su ordalía y su troupe de muertos…
Con la desaparición de estos dos excelentes seres humanos, la noche y los niños se quedan muy solos…