Nos peleamos por hablar


Por Mónica Vera
Recuerdo que en los años 70 cargaba mis libros universitarios en un bolso de lienzo con una leyenda que decía nunca subestimes el poder de una mujer.  Este bolso y mi aspecto de hippie, me hacían parecer una feminista recalcitrante. Con el tiempo descubrí una de las diferencias enormes e irreconciliables entre hombres y mujeres y pensé que la leyenda correcta en mi bolso habría sido nunca subestimes el poder de conversación  de una mujer.
Definitivamente, no deja de sorprenderme la capacidad femenina de hablar.¿No sé de dónde sacamos tantas historias, por qué siempre tenemos algo que contar?  ¿Buscamos que las situaciones divertidas o absurdas se nos presenten?, o ¿es que ellas nos encuentran con facilidad?
Hace un tiempo asistí a un encuentro de libreros en la bella Guayaquil, la misma semana en que mi marido fue a trabajar a la hermosa Cuenca.  Nos vimos al cabo de 10 días y ante mi pregunta de cómo le había ido, su respuesta fue el tan masculino “ahí”, y gracias a mi desesperado interrogatorio por saber algo más, él respondió: “bien, todo en orden”. En cambio yo tenía más historias que los hermanos Grimm, todas increíbles, como que luego de la inauguración del evento en cuestión se me acercó un fotógrafo y me dijo que ya tenía mis fotos, yo las miré y en ninguna estaba yo; sin embargo el hombre buscó una y me la entregó asegurando que en esa yo lucía muy bien, “pero no soy yo” le respondí, Y él con mucho aplomo me dijo: “pero está igualita, cómprela nomás, no ve que está con el alcalde”.  Y, tal vez hasta la comprabasi el alcalde hubiera sido George Clooney. 
Una charla entre mujeres es siempre especial, nos peleamos por hablar, nos faltan las palabras, nos sobran las historias, las risas, las lágrimas y los recuerdos.  Somos capaces de hablar de todo y de nada; de pasar del tema más profundo, humano, e intelectual, directo al chisme o a lo absolutamente trivial, que en definitiva no nos importa pero nos divierte.  Podemos ser  solidarias y comprensivas, sin que esto nos impida lograr, en un abrir y cerrar de ojos, convertirnos en unas brujas terribles, pero divertidísimas a la vez,  condición igualmente efímera que es reemplazada de inmediato por la dulzura de las historias y las fotos de los hijos y los nietos.
A veces pienso que el secreto de esto es que tenemos el corazón a flor de piel.  Que guardamos las neuronas para trabajar incansablemente, para leer los mejores libros, para cocinar con los cinco sentidos, para crear.
A pesar de que el tiempo para conversar siempre nos falta, estoy segura de que sí lo hemos tenido para fijarnos qué tan guapo estaba algún hombre que pasó por ahí, o notar la tristeza de algún otro, o la felicidad de los que nos rodean; en fin, no se nos  escapa ni un detalle.  Pero lo más importante es esa rica sensación que nos queda al saber que tanta dicha es posible, aunque sólo sea durante una pequeña charla entre mujeres.

*Librera y cuentista ecuatoriana