Final del juego: Alberto Duque López


Murió en Bogotá, después de una vida consagrada al periodismo, el cine, la literatura y la abstinencia etílica, Alberto Duque López, el dueño de una pluma traviesa llena de sugerencias y lírica picardía. Fue miembro de número de la secta colombiana de los cortazarianos, así quienes lo encontraban en el camino no lo sospecharan nunca, pues su estampa algo convencional distaba mucho de lo que la imaginación otorga a los cronopios. Profesional disciplinado, meticuloso coleccionista de libros, filmes y películas, el barranquillero gastó sus ojos y su juventud en la oscuridad de las salas de cine, mientras los otros escritores de su generación andaban de farra en los bares.
Pero, pese a su fe apolínea Duque fue un tipo de excelente humor, un gran conversador y un cálido orientador de creadores imberbes. Podría considerársele un clásico de la crítica cinematográfica, la que ejerció sin pausa durante más de cuarenta años, y a la que dio un carácter subjetivo. La más inolvidable de sus páginas es, sin lugar a dudas, la que mantuvo durante la década del setenta en el magazín cultural de El Espectador, y donde, además de reseñar toda clase de películas, orientó el gusto de los lectores comunes, indicándoles el nombre de los más grandes realizadores del Séptimo Arte. Duque fue quizá el primero en hablar entre nosotros de monstruos como Lina Wertmüller, Fassbinder, Pedro Almodóvar o David Linch.
Su obra de ficción fue galardonada con el Premio Esso en 1968. Mi revólver es más largo que el tuyo, El pez en el espejo, Muriel mi Amor, Marlon Brando: el hombre y el mito y Alejandra son algunas de las invenciones que dejó el artífice para la posteridad. Final del juego.