Cuento de Claudia R. Niño


(Tunja, 1966). Cursó estudios de Artes plásticas en la Universidad Nacional de Colombia y en la Academia Superior de Artes de Bogotá – ASAB. Estudió Platería en la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo y Tecnología en Joyería en el SENA. Sus relatos “Alguien fuma” y “Casa abandonada” fueron incluidos en la antología Cenizas en el andén – Cuentos de la ciudad (Colección Asterión, Bogotá 2009). Asistió al Taller de narrativa “R.H. Moreno Durán” – RENATA Boyacá 2007, y al Taller de cuento “Ciudad de Bogotá” 2008. 


ARTEFACTO
Juana levántate y alcánzame un cigarrillo. Juana ve pronto o te castigo. Juana banana la más enana.
Nunca te mueves, nunca me miras. Me cuesta tanto recorrer el espacio que hay entre mi cama y el estante de la cocina. Verónica dejó ayer las tres pacas de cigarrillos, las tostadas, la mantequilla, las chocolatinas, las telas, los hilos y la caja de ron, dijo que tienen que durar toda la semana, que no va a volver hasta dentro de ocho días, que no vendrá aun cuando la llame. Va a estar difícil que me alcance el ron.
Juana recuerdas cuando estudiaba en la universidad, entonces era feliz, me daba pereza ir a clase de siete, siempre llegaba tarde y tenía que conformarme con el último caballete en el peor lugar, creo que por eso no aprendí a dibujar. Juana tráeme la libreta roja, muévete, estás gorda, despeinada y tan vieja como yo. Recuerdas a mis amigos: al bajito ese que tanto me gustaba, el que sólo pintaba molinos y que ahora vive en Holanda, y de aquel que heredamos unos libros porque se suicidó, y aún tenemos por ahí los dibujos del que nos llevaba plátanos y mazorcas ―el más querido y fugaz.
Fúmate un cigarrillo y sirve ron para que brindemos por los viejos tiempos y por el de la dulzaina que terminó en la primera página de El Espacio: Dados de baja universitarios en la toma de Pacho, te acuerdas Juana, nos sorprendió que detrás de tanto candor hubiese un guerrillero; luego vino el miedo, los allanamientos, los interrogatorios, las torturas, las desapariciones. Todos andaban en algo y nosotras mientras tanto de libro en libro, de cine en cine, fabricando sueños de trapo. Yo ―provinciana― asustada por las bombas y las balas, y viviendo tan cerca del Palacio de Justicia. Ese semestre se cerró la universidad y no supimos qué pasó ni por qué. A la maestra de historia le entregaron el cuerpo calcinado de su esposo el magistrado, del cual dijeron en el noticiero que había salido ileso de la toma. Yo tenía miedo, pero no tanto como el de mis compañeros de apartamento, te acuerdas Juana, que desaparecían cuando había problemas.
Mientras se reanudaban las clases me fui a mi casa, a esa fría ciudad de niebla, lloviznas y vientos; de iglesias coloniales y beatas que madrugan a rezar el rosario por la calle; del tinto a las seis de la mañana y el pan francés fresco. Tráeme pan francés Juana y un tinto bien cargado como el que hacía mi madre, y no me hagas llorar que voy a dibujarte.
Han matado a tanta gente y otra se ha muerto sola, y nosotras aquí Juana, en este breve espacio sin tiempo.
Otra vez Verónica ha olvidado los botones, pero si la llamo va a enojarse y a amenazar con no volver, mejor será pedírselos a la chocoana del frente, no a la que trabaja en la universidad sino a su hermana, la de la taberna; o a la muchacha de al lado, la has visto Juana, yo la espío cuando llega porque siempre sube cantando, es rubiecita y espigada, vive con el novio y su gato, precioso, como le dice al salir. Tiene una falda de flores como la tuya Juana y se parece a ti, a la Juana de hace veinte años. Seguro ella tiene botones redondos de muchos colores, los necesito con urgencia, no quiero dejarte así, ciega por siempre, Juana banana la más enana y vieja de mis muñecas.

(Tomado del libro Pisadas en la niebla, Común Presencia Editores. Bogotá, 2010)