Esmir Garcés

Premio Universidad Industrial de Santander

Por Marcos Fabián Herrera

Es la devoción la que ha signado su vida. Devoción por los libros, por la edición y por esa dama difícil de asir, de cortejar, pero siempre generosa a quien la pretende con empeño: La poesía. Esmir Garcés Quiacha simboliza una aleccionadora ruta vital de consagración a la literatura. A él no le es ajeno esa virtud que se convierte en el portaestandarte de los verdaderos poetas y que como lo canta Leopoldo Panero, “Apaga la sed de haber llorado”: La humildad. Toda su obra es una prolongación de su universo vivencial; él y su poesía aúnan un corpus, de difícil transparencia en tiempos de simulación e inautenticidad. Y es esa humildad la que lo ha prevenido de la maledicencia, de la impostura y de las otras endemias tan enquistadas en los fatigosos rituales de la literatura espectáculo. Esmir, el pescador y librero, el otrora custodio, el siempre enfebrecido lector, escribe una poesía poblada de sentenciosos ecos terrígenos y espirituales: “Cada paso que damos es mortal. La vejez de todas los casos de cuanto vemos y tocamos, y todo ello, se revela ante los ojos como el temblor del aire. Se adhiere la tarde como una clara pintura sobre los muros, pero algo agoniza en cada paso que damos, en una ciudad donde deambula una piedra, un perro, una hoja.”

Una labrada obra, tejida con el fervor de quien tiene por fe y credo nada distinto a la literatura. Nelson Romero, Milcíades Arévalo, Gonzalo Márquez Cristo, Guillermo Martínez, Juan Felipe Robledo y otros poetas y escritores, ya habían advertido al unísono y con alborozo, el hálito ciclópeo que respiraba su poesía. Concepto refrendado con el veredicto del concurso Nacional de Poesía Universidad Industrial de Santander 2010. Tres autorizados jurados (Juan Manuel Roca, Ramón Cote y Fernando Herrera) no han hecho más que confirmar, que la voz de Esmir nos será imprescindible a quienes husmeamos el asombro y la revelación en las palabras. Salud por Esmir y su poesía. A continuación uno de sus textos:


EL PAN ESTÁ EN LA MESA

Una canción nace entre los trigales

y las legiones de hojas,

la luna moja su luz solitaria

y se hace gigante en las espaldas de

los sembradores.

Aún así, el pan está en la mesa

alumbrando los ojos de los inermes:

huele a humo,

a sudor de trabajo,

a potentado eterno.

El sol moribundo por el torso de la tierra

por la herida de los árboles.

Aún así; todo es cansancio. Rabia de los venenos.

El corazón pertenece sólo a la cosecha,

no hay una fiesta para los huesos.

Ira inmortal.

Una canción regresa al grano de la alacena

y a las entrañas del gallo;

la sangre bulle como la luz de los volcanes.