Entrevista a Heriberto Fiorillo



El periodista barranquillero, uno de los puntales de la crónica y el reportaje de gran calado, autor de libros de gran recordación como Arde Raúl, La cueva, Nada es mentira, Atlántico aventura segura y El hombre que murió en el bar, director de noticieros y tres películas (Ay carnaval, Aroma de muerte y Amores ilícitos), y timonel del Carnaval de las Artes de Barranquilla y de la Fundación La Cueva, que remozó el mítico antro donde deliraron y conspiraron grandes creadores como García Márquez, Obregón, Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas y Enrique Grau, se sienta en el banquillo de los indagados y hace agudas reflexiones sobre el oficio más bello de la tierra, las afinidades del hombre Caribe con la fiesta y con la muerte, y sobre el porvenir de los escritores en el difícil momento que vive la gran prensa. Fiorillo para con-fabulados.


¿Ha muerto en la gran prensa escrita el sueño de un periodismo creativo y profundo, lleno de posibilidades para ahondar en los misterios y laberintos de la realidad? ¿Quiénes y por qué ofician en los grandes medios esta inquisición contra la inteligencia?
En general, a nivel mundial, el periodismo literario y el investigativo se han fortalecido, sólo que han cambiado de nichos. Si bien todavía existen en la gran prensa, se encuentran hoy más cómodos como materia prima de libros y de revistas gruesas, muy especializadas. Ah, y en la Internet, ese enorme universo que apenas se abre a las comunicaciones.
Aduciendo que la gente no tiene tiempo para leer ni quiere leer textos extensos y profundos, la prensa tradicional reduce no sólo el número de crónicas y reportajes sino el tamaño de los mismos. La inquisición, si la hay, está en las leyes del mercadeo. Cuando todo se reduce a la oferta y la demanda o a “lo que la gente quiere”, lo que debe entrar a analizarse es la realidad de “esa gente” y a la gran prensa como parte de ella, como su causa y consecuencia. Esto, para empezar a dilucidar el tema pero, igual, aquí no tenemos tampoco tanto espacio.

Arde Raúl, su minuciosa reconstrucción del rastro dejado por el poeta sinuano Gómez Jattin, fue una obra muy polémica y levantó las más variadas opiniones. ¿Qué responde a quienes afirman que fue una pieza más bien sensacionalista, que no auscultó en su obra la respuesta a ese tránsito vital tan alarmante?
Arde Raúl es, no fue. Se siguen vendiendo muchos ejemplares. Creo que se han vendido más de diez mil. En ese sentido, y teniendo en cuenta las cifras habituales de venta de libros en Colombia, se trataría más bien de un fenómeno sensacional, no sensacionalista. Ahora, yo investigué y escribí ese libro motivado por la calidad de la obra poética de Gómez Jattin y por la curiosidad de conocer su interior, sobre todo su mente, azotada por cuatro o cinco clases distintas de locura. Creo que llegué adonde pude llegar y adonde nadie ha llegado hasta ahora. Conté su historia, por dentro y por fuera y, como lector, estoy muy satisfecho. Pero permítame resumir por qué el libro hirió tantas susceptibilidades y las sigue hiriendo. Primero, los poetas de la misma generación de Raúl, creían que eran ellos y no él, el mejor poeta de esa generación. Amigos míos muchos de ellos, estimaron que yo debí haber escrito ese libro, pero sobre ellos, no sobre Raúl. Segundo, Raúl estaba enfermo y sufrió cambios drásticos de personalidad a lo largo de su vida. Aquellas personas que lo conocieron en los sesenta, no aceptan el Raúl que yo describo en los setenta y los ochenta, y así. Cada uno se queda con el recuerdo y la interpretación del Raúl que percibió. Tercero, creo que hay más obra de Raúl en mi libro que en todos los libros que él escribió, incluidos numerosos poemas inéditos. Eso, sumado a las distintas perspectivas de quienes lo conocieron y la historia que descubrí son esenciales para que cada lector perciba su Raúl y lo valore, como poeta y como ser humano. Eso no impide que quien quiera entrar a su vida a través de la semántica, la lingüística o la filología, haga su intento. Lo mío es contar historias y, como poeta, Raúl Gómez Jattin, ardiente como nunca, se defiende solo.

¿Cuáles son las figuras más notables que han asistido al Carnaval de la Artes en sus cuatro versiones y con qué anécdota plasmaría el encuentro de los creadores de otras latitudes que asisten al multitudinario evento con el paisaje febril de Barranquilla?
Teniendo en cuenta a los lectores de Conspiración, mencionemos a Roberto Fontanarrosa, Casimiro de Brito, Carlos Monsiváis, Paco Ibáñez, Khaled K, Mario Pirovano, William Ospina y Laura Restrepo, entre muchos otros. No obstante, creo que lo más notable es la asistencia que hemos conquistado en estos cuatro años anteriores, sobre todo el número de niños que abarrotan los jardines del teatro Amira de la Rosa, sede principal del carnaval, y la exquisita y múltiple programación artística de “Fantástico”, el evento infantil que va para su tercer año. Lo más interesante, creo yo, es el formato de las sesiones, mitad performance-mitad conversatorio. El creador no sólo hace lo que sabe hacer frente al público. También lo explica  y lo comenta.

 “Cuando estoy en la parranda no me acuerdo de la muerte”, dice la canción popular. Sin embargo, opuesta a esta visión victoriosa, sabemos que en todo carnaval tiene un lugar protagónico la muerte. ¿Está de acuerdo con aquel que dijo que no existe nadie más triste que un costeño enrumbado?
Estoy de acuerdo, si nos referimos al inconsciente individual y colectivo del habitante de los trópicos. El sol, los colores, los sabores, la vitalidad, el paisaje, la belleza del Caribe, por ejemplo, nos encanta pero nos golpea de una vez con la consciencia de que sólo dura una vida e ignoramos cuánto tiempo podremos mantenernos inmersos en la trágica maravilla de nuestra existencia. Muchos lo negamos, claro, al nivel de la consciencia, pero llevando el funeral por dentro. La rumba nos anestesia y nos hace creer que es posible mandar la muerte al olvido.

La recuperación de la Cueva es una de sus obras emblemáticas. ¿Cómo ha logrado llevar adelante su vida de promotor cultural sin renunciar a la escritura?
Más que la escritura, la imaginación sustenta los proyectos que abordo. La escritura es el instrumento por excelencia para el diseño de los mismos, digamos en libretos o guiones que estructuran obras no escritas, distintas a los cuentos, crónicas y ensayos. No me considero un promotor cultural. Prefiero verme como alguien que resuelve, como un inventor o un rebuscador, para decirlo sin alcurnia en este universo de necesidades. La vida, simplemente, me ha enfrentado a retos y desafíos que he optado por aceptar, gracias a que he encontrado amigos que han aceptado compartir mis gozos y mis desvelos. Nunca entonces he dejado de escribir. Publicar es otra cosa. Cada libro ha tenido más que una razón personal para salir al ruedo y la verdad es que el tiempo ha de rendir para todo.

¿Qué es más fascinante: La realidad que jamás es lo que suponemos, y está filtrada de tragedia y de magia? ¿O La ficción, esa respuesta imaginativa a los conflictos humanos?
Fascinante es todo aquello que cautiva nuestra atención por novedoso y desconocido, así que, ambas, la realidad y la ficción, pueden provocar fascinación. Al parecer, la realidad es una sola pero la percepción de esa realidad es siempre, en alguna proporción, mezcla de realidad y de ficción. En consecuencia, la una y la otra, o la una con la otra, podrán fascinarnos de la forma más sorprendente. Y eso ya de por sí, para mí, resulta fascinante.

 ¿Qué y quiénes le interesan en la desigual, contradictoria y polémica literatura colombiana de los últimos años?
Me interesa la escritura que persigue su propia transformación, los prosistas poetas, los locos del lenguaje, los más creativos, aquellos que transgreden formas y contenidos. No quiero, al nombrar algunos, ser injusto con los demás, pero en medio de tantos narradores, prefiero literatos como Tomás González, Rafael Baena, Efraim Medina, Roberto Burgos-Cantor y unos pocos más. Entre los poetas, leo a Giovanni Quessep, William Ospina, Juan Manuel Roca y Darío Jaramillo.

Su periodismo televisivo (Talentos y Paréntesis) ya hace parte de nuestro imaginario. ¿Qué opinión tiene de la televisión que se realiza actualmente en nuestro país?
Soy adicto a las películas por cable. De televisión nacional sólo veo noticieros y algunos programas especiales o entrevistas importantes que han anunciado previamente. Eso le da una medida de la opinión que tengo de nuestra televisión. De todos modos, no critico su tecnología de punta sino la miseria de sus contenidos.