El ojo editorial

El publicitado debate del Canal Caracol con los aspirantes a la Presidencia de la República, verdadero filón comercial, estratagema mercantil para capturar en un rating a los televidentes ávidos de saber con quién se equivocarán en esta ocasión, dejó en claro, como un streep-tease melancólico y harto previsible, que el reino de las ideas sensibles, la transparencia de intenciones, la duda enriquecedora, la revisión de modelos y parámetros, la investigación honda, la búsqueda de respuestas tolerables para los problemas más o menos insolubles y las formulaciones vanguardistas, tienen muy escaso asiento entre quienes se disputan el poder, y que la política sigue siendo, para nuestra desgracia, una de las formas más acabadas de la superficialidad.
Preguntas banales para respuestas banales, derroche de lugares comunes, malévola utilización de la esperanza, palabrería que en algunos de los participantes llegó casi al homenaje a perogrullo, disquisiciones piadosas o triunfalistas detrás de las cuales no hay absolutamente nada, y, para darle al retablo un colorido Folk, algunos intercambios de mandobles personales colindantes con lo anecdótico. Nada supimos en plata blanca sobre cuáles son las diferencias entre los candidatos, sobre su cercanía o distancia con el socialismo, el neoliberalismo, la socialdemocracia o el fantasma del fascismo, ni sobre la forma concreta y tangible como afrontarán la contundente miseria del pueblo colombiano.
Pero hay que decir la verdad: Lo más pobre que tuvo el debate, lo que lo condujo inexorablemente a la esterilidad, fue la dramática precariedad de los periodistas encargados de conducirlo (Arizmendi, Patiño y Cano), cuyas indagaciones no lograron develar la esencia y el talante de los asediados, y que giraron alrededor de hipótesis hilarantes y estrambóticas. Sus preguntas fueron inocuas, obvias y ridículas, demasiado convencionales e incapaces de poner a los candidatos en la tarea de “imaginar” el futuro (del que la mayoría de los pichones de mandatario parecen saber tan poco como nosotros), y que es la primera y más cara de sus obligaciones. La gran prensa colombiana mostró aquí la crisis en la que se encuentra inmersa, su incapacidad para darle colorido al lienzo de nuestros días, su pasiva recepción de los sucesos que constituyen nuestra cotidianeidad. Es como si en la cabeza de estos profesionales no existieran sino cuatro o cinco ideas, elementales y caricaturescas, y como si laborar al servicio de los grandes canales privados empobreciera la visión, convirtiéndola, en una celestina que formula como verdad la caricatura de la verdad, y que gustosamente cosecha las obviedades desteñidas con las que se intenta explicar y disculpar un inexplicable mundo sin  disculpa. Habrá que esperar la mediación de reporteros más complejos para conocer a fondo los actuales maratonistas de la gesta histórica, o, sencillamente, acudir a otros medios de comunicación, menos suntuosos, menos famosos, menos millonarios, menos conocidos y, tal vez por lo mismo, mucho más imaginativos.
(P.D: Vale la pena aquí felicitar al canal Telmex por su serie Voto responsable, voto inteligente, dirigido por Jorge Consuegra y Carlos Álvarez, un espacio lúcido donde efectivamente hemos podido desentrañar parte de la psiquis y los cuadernos de viaje de los candidatos.)