Democracia - Crónica súbita

Por Rafael Ortega Lleras*

Entre la gran cantidad de cajas que me ofrecí a ayudar a bajar del avión para congraciarme con el comerciante dueño de la carga venía una llena de camisetas estampadas, que más bien eran un testimonio de que el resto del país seguía siendo el mismo. Las camisetas llevaban la fotografía de un candidato al senado y las consignas en letras rojas nos hablaban de la filiación liberal del mismo.

Comprendí que la vida me estaba dando una oportunidad de oro pues resultaba mucho más práctico ofrecerle al comerciante mi ayuda haciendo proselitismo político que esforzarme en cargar toneladas de remesa, para lograr su confianza y con ella el crédito que necesitaba tanto.

Fue así como durante algo más de veinte días usé las famosas camisetas y me dediqué a hablar de las bondades del programa de gobierno del partido. Cuando por fin llegó el día de elecciones, mi objetivo estaba ya muy cerca de cumplirse. El hombre me sentía tan de su causa que hasta me hizo “el honor” de transportarme en la voladora familiar hasta la mesa de votación.

Ya no estoy seguro de sí en algún momento llegué a considerar seriamente la posibilidad de votar por alguien de quien lo poco que tenía claro era que se trataba de un politiquero de oficio pero lo cierto es que una vez que estuve sólo con mi conciencia en el cubículo, lo único que pude hacer fue obedecerle a ella con la esperanza de pasar desapercibido entre los por lo menos doscientos votos de la mesa. Salí desde luego gritando vivas al candidato de las camisetas y en la noche asistí con el comerciante y su familia a una reunión llena de aguardiente, a la espera del anuncio de los escrutinios por la radio.

Desafortunadamente, ese año los resultados se supieron muy rápido. La victoria de los conservadores había sido de tal magnitud que para el comerciante fue muy fácil descubrir que los tres únicos votos liberales eran el suyo, el de su mujer y el de su cuñado.

Obviamente no obtuve el crédito que necesitaba, pero mi traición no fue tomada demasiado en serio pues a los ojos de todos resultaba evidente que el único voto en blanco del departamento de Guainía necesariamente era el mío.


*Esta breve crónica fue tomada del libro La quimera del oro, de reciente aparición y va como anillo al deo para la época electoral.