Cultura trivial

Por Gabriel Arturo Castro

Un cambio se ha efectuado en el concepto y práctica de lo que usualmente denominamos Cultura. La antropología partió de la noción del hombre poseedor de una capacidad creadora, transformadora y gestora de símbolos, es decir, desde el animal social que logra cada vez más dominio sobre la naturaleza y acumula las experiencias obtenidas en su relación con el medio. Este acopio en un bagaje común es lo que algunos llaman Cultura, la cual va adquiriendo particularidades a medida que pasan generaciones, donde evolucionan los valores morales, afectivos, jurídicos, religiosos, económicos y estéticos.

Es clásica la definición de Taylor acerca de la cultura asociada al “complejo de conocimientos, creencias, arte, moral, derecho, costumbres y otras distintas aptitudes y hábitos que el hombre adquiere como miembro de la sociedad”. Ese espacio está asignado tanto por la cultura inmaterial (creencias, normas, valores), como por la cultura material (tecnología y objetos resultantes).

La lengua, por ejemplo, surge como una necesidad compleja de comunicación. Su realización concreta es el habla. La lengua es colectiva, vista como la puesta en práctica o en escena por una comunidad de la capacidad del lenguaje. Es código y sistema. La palabra viene a ser la constituyente esencial de dicha facultad humana, verbo, acto que fundamenta la realidad, la significación del mundo, ya que lo designa y lo transforma. A través de ella el pensamiento se hace imperecedero: suceso, historia, universo. “Palabra es la sombra del acto”, dijo Demócrito. Foucault expresaría luego: “Lo que erige a la palabra como tal y la sostiene por encima de los gritos y de los ruidos, es la proposición oculta en ella”.

Por su parte, Luis F. Bate concibió la cultura como "el conjunto de formas singulares que presentan los fenómenos correspondientes al enfrentamiento de una sociedad a condiciones específicas en la solución histórica de sus problemas de desarrollo".

Para Samir Amín la cultura sería el modo de organizar la utilización de los valores de uso, aquellas realidades materiales e inmateriales que llenan necesidades humanas y tienen la cualidad de permanecer en el tiempo y detentar una gran riqueza expresiva. Los valores de uso se definen por oposición a los valores de cambio.

Desde la óptica de Leslie White, la Cultura es un todo donde se distinguen tres sustancias, a saber: tecnológica, sociológica e ideológica. El sistema tecnológico está constituido por herramientas de producción, los medios de subsistencia, los materiales de refugio, los instrumentos. El sistema sociológico por las relaciones interpersonales. El sistema ideológico por ideas, creencias, conocimientos, expresado en lenguaje y formas simbólicas. Caben en esta categoría las mitologías y teologías, leyendas, literatura, filosofía, ciencia, saber popular y conocimiento de sentido común.

Como se ve, la Cultura y sus actividades prácticas e ideológicas contienen una ubicación tempo-espacial, porque se desarrollan en un determinado lugar, donde los hombres producen en condiciones históricas sus medios de vida y generan los elementos de explicación y valoración del mundo. La cultura será, por lo tanto, la expresión materializada, conceptual e ideológica, que se da a través de diversas formas (arte, religión, política, comunicación, ciencia, técnica, educación, vida cotidiana).

Esto significa que la cultura se proyecta a estadios profundos de significados, lenguajes y símbolos, hecho posible gracias a un proceso histórico y social ligado con la memoria, la cual va a moldear toda expresión, toda forma de actitud, comportamiento, valor y expectativa del hombre.

Pero esta concepción de la cultura como creación colectiva, ha dado paso, como lo llama Eduardo Subirats, a la noción de la cultura como espectáculo, la producción del simulacro, la cultura sin referentes históricos o filosóficos, o lo que es lo mismo, la limitación de la vida a manifestaciones artificiales de consumo, después de la pérdida del sentido interior, ético y estético.

Las manifestaciones individuales y conjuntas se han empobrecido frente a las leyes del mercado, la dimensión expresiva del hombre ha quedado limitada y sin autonomía. Salvo contadas excepciones, la degradación estética y social ha conducido al dominio del espectáculo: simulacro, simulación. Allí se cambian la experiencia y la memoria, conceptos ontológicos y sustanciales, por la idea de exhibición, sustitución alienada de la existencia. Henry Luque Muñoz llamaba a lo anterior “el absoluto del mundo light”, el cual “tiende a blanquear la mente de la audiencia, no dejándole espacio para la reflexión, reflexión que podría aportar soluciones a la crisis”.

Así, el mundo light es un cómplice de la violencia”.

¿Qué contiene el espectáculo? Cadáveres que nunca llegarán a ser lenguaje, moldes vacíos, espejos deformes, símbolos superficiales, decoraciones, imitaciones, contemplaciones domésticas, parodias, simulación y engaño.

La cultura de masas es una degradación-comercialización de la Cultura, una fuerza alienante, expresión segregada por los medios de aglomeración y su sistema de valores que someten al individuo a una fuerte presión de seducciones.

Moles definió la cultura de masas como el lugar donde no existen ideas fundamentales, sino simplemente algunas ideas, enmarcadas dentro de un mosaico de elementos dispersos, conjunto de fragmentos sin punto de referencia.

La banalidad de la cultura ha hecho suyo el artificio, la apariencia ha reemplazado a la esencia. Asistimos al envilecimiento de la cultura convertida en distinguidos actos publicitarios que llaman al confort, al facilismo y a la irrelevancia. La profundidad de los significados ya no importa.