Vila-Matas para confabuladores

Por Iván Beltrán Castillo

Desde la aparición de Bartleby y compañía, una novela de culto entre los lectores alertas, el nombre de Enrique Vila-matas es sinónimo de transgresión, herejía y sorprendente invectiva narrativa, motivo por el que encabeza el listado de los escritores capaces de insuflar nueva vida y expedir partida de renacimiento al género de la novela, cuya muerte tiene tantos publicistas y plañideras en todo el mundo, pero que, como el vampiro que se despierta de un sueño de siglos en la oscuridad del sarcófago, siempre vuelve a levantarse y reemprender su batalla.

La identidad y sus fantasmas, el enigma ardiente de la creación, el intercambio o bricolage perpetuo entre la vida y la muerte, la tentación de no existir, el océano ficcional que recorre la realidad y la porción inmensa de absurdo y pánico inyectada en las rutinas de los hombres, son algunos de los temas que, de manera obsesiva, hermosa y feroz, recorren sus espléndidas páginas. Ha escrito más de una treintena de libros, donde los géneros parecen hacer intercambios, se auxilian, seducen y oxigenan unos a otros, y forman un concierto de momentos excepcionales, donde no faltan ni el erotismo, ni el sin-sentido del humor, ni la comprobación dolorosa, ni la sentencia metafísica, ni las visitas a los más reputados círculos del infierno.

Los títulos de sus obras –que aquí se enumeran en desorden y de memoria– son un verdadero llamado, un tam-tam ritual, un misterioso canto de sirenas: La asesina ilustrada, Hijos sin hijos, Suicidios ejemplares, Lejos de Veracruz, Extraña forma de vida, El viaje vertical, Historia abreviada de la literatura portátil, El mal de Montano, Perseguidores del abismo, Recuerdos inventados, Doctor Pasavento, París no se acaba nunca, Dietario Voluble, para acabar con los números redondos, El viajero más lento…

Nacido en Barcelona en 1948, Vila-matas ha tenido varias identidades: estudió derecho, fue periodista, hizo crítica de cine y alguna vez filmó dos cortometrajes. Su incansable labor –asediada de manera constante por la tentación del silencio– ha sido recompensada por numerosos premios, entre ellos: Premio Ciudad de Barcelona, Prix Meilleau Livre etrager (Francia), Premio internacional Ennio Flaianno y el prix medicis (Italia) Premio Herralde y Premio Romulo Gallegos.

La siguiente entrevista fue concedida por Vila-matas exclusivamente para Con-fabulación una semana antes de la entrada en escena de su nuevo libro. Las mayor parte de las obras de Vila-matas están editadas por Anagrama.

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Tú has desbordado los derechos de un autor frente a sus lectores, abandonando las convenciones y la etiqueta formal existente en la relación entre quién escribe y quien lee. Has exigido, seducido y en cierta medida cuestionado al lector, tantas veces un fantasma pasivo. ¿Cuál es el lector que vendrá y cuál el lector ideal con el que sueñas?

El lector ideal es el que he denomino “el lector activo”. En un reciente artículo explicaba que, en mi opinión, las mismas destrezas que se necesitan para escribir se precisan también para leer. Y decía que los escritores fallan a los lectores, pero también ocurre al revés y los lectores les fallan a los escritores cuando sólo buscan en éstos la confirmación de que el mundo es como lo ven en su pequeña pantalla. Entiendo que los nuevos tiempos traen esa revisión y renovación del pacto exigente entre escritores y lectores y que cabe esperar, parafraseando a Henry James, que pronto pueda decirse que unos y otros, trabajan con lo que tienen, y sus grandes dudas son su pasión, y esa pasión es precisamente su gran tarea… En cuanto al lector que vendrá, no sé, creo que el futuro es lo peor que hay en el presente.

Escribir o no escribir parece ser una disyuntiva, casi shakesperiana, que asedia y perturba a tus criaturas. Algunos de tus personajes quieren conquistar el silencio y otros, como Montano, pretenden convertirse en centinelas —y quizá mártires— de la literatura. ¿Es este escribir o no escribir el tema prioritario y la reflexión urgente que debe plantearse todo creador ante las trampas y los rostros adversos del oficio?

Desde luego no pretendo ser un gurú para nadie. Soy una persona llena de incertidumbres. Y de contradicciones. Me gusta que me vean. Y me disgusta enormemente ser visto. Estas contradicciones –saber, por ejemplo, que uno tiene toda la razón del mundo en lo que dice y a la vez no tiene ninguna– van vigorizando la creación de mi personalidad doble, y hasta se diría que andan creándole a mi sombra una inesperada tendencia a doblarse y desdoblarse, como si yo no fuera más que una figura ahí abajo en la calle doblándose literalmente, partiéndose de risa en el más sesgado y último corredor de los pórticos que veo desde mi ventana, aquí en Barcelona.

¿Qué dirías si postulo que tus personajes están intoxicados de imaginación?

Si me permites elegir, te diré que prefiero que no estén intoxicados y que traten de conservar al máximo la imaginación de los años libres, de los años de infancia, que son aquellos en los que ellos pudieron ser plenamente imaginativos. No negaré que lamentablemente algunos de mis personajes, cuando crecieron y vieron que perdían imaginación, se drogaron como desesperados para no perder toda la genialidad. Verles intoxicados es, para mí, un horrible espectáculo. Es uno de mis proyectos montarles un hospital, un lugar donde poder acogerlos. Yo, por mi parte, me dedico a “madurar hacia la infancia”, como dicen que hacía Vilém Vok, aunque no sé si Vok estaría de acuerdo con esta apreciación sobre él.

Los géneros literarios parece exasperados entre sus moldes, y tus fusiones parecen ser el receptáculo de dicha desesperación. Me gustaría que me ilustraras al respecto.

Me gusta mucho –me parece deslumbrante– la mezcla de relato con ensayo que se inventó Sergio Pitol en los cuentos de Nocturno de Bujara. Pasa de la narración a la forma ensayística sin que apenas nos demos cuenta. Es cierto que a los pobres géneros los he maltratado, pero no ha sido con mala intención. Cuando uno conversa con otra persona, no lo hace siempre en el mismo tono, registro y género. De la misma forma, siempre me he sentido incapaz de tenerle que ser fiel a los códigos de un género porque eso habría coartado mi imaginación, mi libertad creativa. Pero vamos… Creo que esta trasgresión de los géneros hoy en día la practica ya mucha gente. Quizás en los primeros tiempos me trajo algunos problemas porque en España el retraso cultural y la desinformación o indiferencia acerca de lo que se hace en literatura, ha sido en ocasiones pavorosa. La literatura española es una cosa beata, a lo Beato Martin Garzo. Hay una ristra inmensa de extraños escritores que confunden el realismo con el realismo de hace dos siglos. Hace llorar de risa.

La situación mundial no está para bromas –violencia, segregación, cinismo de los poderosos–. ¿Estaremos condenados a ver el triunfo de una raza de hijos sin hijos?

Lo decía Flaubert y ya han pasado casi dos siglos: “Llegará un tiempo en que todo el mundo se habrá convertido en hombre de negocios (para entonces, gracias a Dios, ya habré muerto). Peor lo pasarán nuestros sobrinos. Las generaciones futuras serán de una tremenda grosería.”

¿Consideras como Pasavento y Walser que la invisibilidad, la negación del yo, la desaparición de la farsa de la identidad son un alto y encomiable ideal?

A veces. Pero no soy constante. Siempre me he forzado a la contradicción para evitar conformarme con mi propio gusto.

En El viaje vertical, Federico Mayol hace su educación sentimental llegando a la vejez. A los escritores que no han escrito nada memorable nos atormenta el sinuoso deslizarse de los años, y por eso nos seduce tanto este personaje. ¿De verdad crees en la posibilidad de una iniciación en el crepúsculo?

Muchas veces creo en esa iniciación, sobre todo porque el crepúsculo no entra nunca en directa competencia con el tiempo. Siempre estamos en él, en el crepúsculo. En cuanto a lo de haber escrito o no algo memorable, te diré que conozco el caso dramático de alguien que ha escrito algo memorable y que se ve todo el rato obligado -como en la peor de las pesadillas- a ser el primero en tener que recordarlo.

Según intuyo en Extraña forma de vida, el espionaje es connatural a todos los hombres. ¿Serán la novela y el cuento las formas refinadas y sutiles de este oficio?

Es connatural, sí. Donde mejor desarrollo el tema es en un cuento de Exploradores del abismo, el cuento del “bus 24”, que me lleva –pronto tendré que decir que me llevaba porque cambio de domicilio en los próximos meses– a mi casa de Barcelona. Allí, en ese bus, he espiado como un loco, sólo para poder escribir cuentos sobre lo que oigo. Y me considero, he de confesártelo con una sonrisa, un espía del 24 y lo que es lo mismo: un espía del realismo. Del realismo ortodoxo, del realismo de género únicamente. Y por ahí volvemos al tema de los géneros. Tras años de espionaje he podido apreciar que el realismo es, en efecto, un género, una simple convención muerta, está relacionado con un cierto tipo de trama tradicional, con principios y finales predecibles, trabaja con personajes redondos, y asume que el mundo se puede describir, lo que establece un vínculo ingenuamente estable entre palabra y referente.

Los insignes miembros de la Conspiración Shandy, cuyo periplo fugaz ocupa las páginas de tu Historia abreviada de la literatura portátil, son acaso herederos y parientes de los que fundaron Tlön, Uqbar, Orbis Tertius? ¿Qué sabes de sus vínculos?

Puestos ya en el tema del realismo, te diré que los shandys y la gente de Tlön parece que coinciden en tener un lema escondido, el más breve que han tenido nunca las sociedades secretas. Pero no es todavía el momento de revelarlo.

¿Puedes ilustrarme brevemente sobre tu nuevo libro, a punto de aparecer?

Se habla de un editor que es consciente de que la literatura se halla en el fin de una época. Es un editor retirado, algo aburrido y desesperado. Encuentra en lo apocalíptico la solución a sus males. Lejos de seguir entristecido por el fin de la era Gutenberg, cree ver muy claro que lo apocalíptico le ofrece la alegre y feliz paradoja de poder organizar un funeral en Dublín por la pobre literatura, es decir, le ofrece aquello de lo que más necesitado anda desde que se retiró: tener algo que hacer en el futuro. Hay mucho humorismo en ese funeral en Dublín. Y Joyce y Beckett están ahí, cada uno dominando la atmósfera de los dos capítulos principales. Yo creo que la novela, tal como se dice en una de sus páginas, es un paseo privado a lo largo del puente que enlaza el mundo casi excesivo de Joyce con el más lacónico de Beckett y que a fin de cuentas es el trayecto principal –tan brillante como depresivo- de la gran literatura de las últimas décadas: el que va de la riqueza de un irlandés que subió a la cumbre de la escritura (Joyce) a la deliberada penuria del otro, el clochard Beckett; de Gutenberg a Google; de la existencia de lo sagrado (Joyce) a la era sombría de la desaparición de Dios (Beckett).