Rostros del autoritarismo de Carlos Fajardo


Por Carlos Guevara
La obra de Carlos Fajardo Fajardo, ya se hable de sus textos en verso o de sus escritos ensayísticos, es indudablemente expresión de la poesía: anuncio patético del dolor continuo en que deviene la existencia; señal del desgarramiento espiritual que sufre el hombre contemporáneo como resultado de la enajenación, del consumismo irracional, de la afanosa e inútil búsqueda de horizontes que armonicen la vida; lamento o elegía por un bien perdido y, a la vez, anhelo de reencuentro con un sueño extraviado entre las anfructuosidades y la urdimbre engañosa de la política y la agitada vida  del hombre masa.
Rostros del Autoritarismo es efectivamente un libro pleno de poesía. La poesía aparece en él como revelación de lo inesperado. Lo inesperado consiste en decir lo que se quiere callar, en revelar lo que se teme anunciar. Decir, de repente, con las palabras que son, lo que todos presienten y nadie acata a pronunciar. Porque así es la poesía: fuerza que torna en luz la oscuridad; antorcha que se impone en el horizonte la nuestra cotidianidad amañada y abúlica, para develar las sombrías trampas en que han quedado cautivos y siempre aplazados los ideales del devenir histórico. Por las páginas del libro de Carlos Fajardo, por cada una de sus líneas, pasan los temas trascendentales de nuestra propia historia. En él, su autor clama por una moral auténtica y diáfana ante la existencia, por una ética en la que de nuevo podamos confiar unos en los otros, una actitud a través de la cual sea posible recomponer el celofán delicado de la vida colectiva, prostituida por los atentados que desde los diversos flancos de la mentira se han lanzado contra nuestros más delicados sueños. 
Este libro es como una intervención necesaria en ese silencio cómplice en que vivimos, enmudecidos por el terror al otro, aterrorizados por los desencuentros, ateridos por el frío de esa soledad del tumulto sin humanidad en que nos consumimos a diario. En estos breves ensayos la palabra adquiere las dimensiones de una tribuna que no es posible silenciar, de una tribuna que se enfrenta a ese babear de la comunicación ordinaria en que nada se pone en claro, en que todo se confunde y se esconde, en que todo lo que se dice es una conspiración contra la verdad. Esta obra es una moción por el diálogo franco y profundo en el que cada palabra  dicha deja  adivinar la posibilidad de otras formas de existencia, de otros caminos distintos a estos que no conducen a ninguna parte y que nos pierden más bien entre la niebla de los vapores que emergen del alicorado ámbito social en que ni siquiera parece subsistir el sueño de constituir una nueva forma de humanidad.
En la obra de Fajardo se constata el triste espectáculo de una sociedad que ha perdido el contacto con la verdad, con la palabra como entidad sagrada que permite y garantiza el crecimiento espiritual del hombre; este texto nos advierte, con honda preocupación, que todo se ha rebajado; que el hombre de hoy se ha revenido, expuesto al vacío de las inclemencias mediáticas; que por encima de los más puros ideales, sobresalen las trampas traicioneras de la fuerza, de la injusticia, de la estupidez, de la ignorancia más atrevida y del cinismo elevado a la categoría de virtud y de inteligencia.
Y, bajo toda esta siniestra orquestación, como sustrato sustentador de esta caricatura  de sociedad, el texto nos remite quizá al hecho más desolador del problema: los medios de comunicación, por su misma condición, llamados a develar las mentiras, a velar por el respeto a la coherencia, a la verdad, a difundir  los grandes metarrelatos que orientaran la espiritualidad colectiva, son, paradójicamente los punta de lanza de los totalitarismos: A través de ellos, como en el cubilete de un mago, se hace fácil  convertir el bien en mal y lo mediocre en excelente; hacer que lo conveniente sea visto como peligroso; transformar las buenas intenciones de algunos en soterrados intentos de desestabilización que deben ser castigados; convertir la búsqueda de la verdad en acción clandestina y atentado contra el orden y la armonía social. Y ante toda esta monstruosidad, ante tanto atrevimiento, el alelamiento social con aplauso de fondo y con solidaridad incondicional: una sociedad extraviada que  toma como dulce mixtura el engaño, como delicioso licor la burundanga de las bodegas mediáticas, que se embriaga en la inmundicia y que es capaz de cualquier sacrificio, hasta la vida misma, por defender estas formas de existencia adulteradas y letales.
En fin, son tantos y tan profundos los problemas que aborda el libro de Carlos Fajardo que describirlos es abusar ya del tiempo concedido a esta presentación: la sola enumeración es extensa: problemas como la globalización, el sentimiento colectivo de culpa, la culpabilidad por asociación, el consumismo, la irreflexión crítica, el silencio por miedo o por estrategia, la videopolítica, el vertiginoso acaecer de acontecimientos que pasan por estos cielos de artilugio como fugaces estrellas que en un instante se destruyen dando paso a otros acontecimientos igualmente efímeros; nuestro insuparable atraso científico, la proclividad a la violencia y a la astucia como formas de vida, todo ello circula en la obra como permanente presencia.
Y todo este universo alucinado e increíble, está presentado, no obstante, en el marco del más lúcido y delicado encuentro con la palabra; es decir, aquí, el lenguaje se hace poesía, y al hacerse poética, la palabra remite a horizontes de sentidos nuevos, y descorre los velos de un mundo oculto que nadie quiere mirar, de un mundo que es promesa de devenir luminoso y posible para nuestra sociedad. Surge entonces aquí, la figura del poeta, del intelectual comprometido, del hombre que resguarda en su corazón, como querencia sagrada, toda la dignidad perdida de una sociedad, todos los sueños que parecieran haberse hecho trizas, todas las esperanzas que se habían considerado diluidas, todas las luchas que se creían perdidas.
Un libro de este tenor no implica que su autor esté loco – como decía Borges de quien escribía un libro -; es más bien un acto heroico este dedicar la vida a buscar y expresar la verdad, más allá de la misma seguridad personal, más allá de cualquier ambición mundana, más allá de cualquier canonjía envilecedora de tantas que los totalitarismos tienen en sus manos para premiar la complicidad y el silencio de todos. La obra hoy presentada, obra de poeta, sin exageraciones, cumple su finalidad de manera brillante: ella nos sustrae a esa reductora realidad empírica y nos entreabre horizontes de sentidos profundos y misteriosos que nos permiten adivinar con esperanza, aunque con cierto desgarramiento, caminos  para superar este estado espiritual de abulia y mentira y trabajar por otras formas de existencia auténtica que lleve a superar esta premodernidad centenaria y vergonzosa y a visualizar una modernidad en la que luchando hombro a hombro, honesta y honradamente, en libertad de conciencia, los hombres puedan llamarse ciudadanos.

Libro publicado por Le Monde Diplomatique. Bogotá, 2010