La modelo suicidada - Lina Marulanda


Según parece, la muerte, siempre tan lasciva e industriosa, acostumbra invertir en el mundo del espectáculo, y goza llevándole la contraria a la mediocre felicidad reinante bajo sus resplandecientes toldos, tal vez para demostrarnos que, aunque los empresarios y filibusteros del negocio declaran siempre todo lo contrario, hay muchos momentos en los que el show no debe ni puede seguir, y en los que la fantasiosa opereta del triunfo muestra su trasfondo dramático.
Tal es la sensación que deja el suicidio inesperado de la rutilante modelo antioqueña Lina Marulanda –una bella bagatela, una hermosura inocua, una frivolidad memorable-, suceso extravagante que constituyó la comidilla social durante la semana pasada y que acongojó a todos los que seguimos pensando con Alejandro Obregón que “está muy bien que los hombres se mueran, pero las mujeres no”. La muchacha, de apenas veintinueve años finiquitó sus tratos con la tierra lanzándose desde un sexto piso, costumbre más propia de poetas, nihilistas opiómanos y románticos desahuciados, que de estrellas del glamour, y dibujó sin proponérselo, una seña, una metáfora, un símbolo cuyo significado no es deleznable rastrear.
Es fácil pensar que la bella suicida entró con su acto en el Olimpo de las divinidades desquiciadas, las diosas que enlazaron su existencia al tormento, las divas que sintieron, pese a la fatuidad circundante, el sugestivo llamado del absoluto, y entre las que recordamos con apasionada nostalgia a Marilyn Monroe, Janis Joplin y la amarga, sensual e hipersensible Romy Schneider. Pero en este caso, y sin que la hipótesis le reste meritos a las nupcias que la bella criatura entabló (¡literalmente!) con el vacío, podemos estar asistiendo al nacimiento y fervor de una nueva especie de auto-aniquilamiento, menos trascendente y más anecdótico, hecho a la medida de los tiempos que corren – sus afanes, sus espasmos, sus valores, sus angustias.
Cuando el mundo se construye de efímeras metas, dádivas mundanas y caprichos ostentosos, cuando nos entregamos sin reparos a la vida objetal y despiadada de la sociedad de consumo, donde nosotros mismos terminamos por ser consumidos, es muy posible que ya no podamos capotear ninguno de los problemas ni expiaciones humanas. Cualquiera de ellos puede pulverizarnos, devorarnos en un suspiro como les pasa a ciertos enfermos carentes de defensas cuando entran en contacto con el polvo, el viento o la contaminación;  esclavos de la perfección y su retórica,  de la vida inmaculada y tan suntuosa como el set de una millonaria superproducción cinematográfica, obliterados como mecanos a la falacia del confort, en un orbe sin tacha y sin enemigo a la vista, ya no tenemos armas para el grandioso combate, que explica y justifica a los hombres….
Tal vez esa fue la causa de que una elegida terminara cometiendo el acto salvaje de los olvidados y entrando, como lo sostenía Cioran, al Nirvana por la violencia.