Entrevista a Oscar Collazos

¿Cómo se mata en Colombia?

Por Gonzalo Márquez Cristo*

Con una treintena de obras publicadas Collazos es una figura insoslayable de la actual literatura hispanoamericana. Autor de los libros de cuentos: El verano también moja las espaldas (1966), Son de máquina (1967), A golpes (1974) y Adiós Europa, adiós (1977). De las novelas: Crónica de tiempo muerto (1975), Memoria compartida (1978), Las trampas del exilio (1992), Fugas (1990), La modelo asesinada (2000), Batallas en el Monte de Venus (2004), y Rencor (2006). Es autor también de La ballena varada (1994), novela juvenil que ha vendido más de 200.000 ejemplares en lengua castellana. De su labor ensayística resaltamos: Revolución en la literatura y literatura en la revolución (1970), Textos al margen (1977), y García Márquez, la soledad y la gloria (1983).

Viajero infatigable y cultor de varios géneros literarios, este escritor nacido en Bahía Solano (Colombia, 1942), en entrevista exclusiva para Con-Fabulación nos aproxima a su corpus literario y reflexiona sobre el oscuro, hostil y a veces deleitoso tiempo que le ha correspondido vivir y que lo llevó protagonizar en 1970 una de las más renombradas polémicas de la literatura latinoamericana, escandalosa pugna en la que participarían los escritores Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar. Acaba de publicar Señor Sombra, ficción que alude a la nefasta combinación del paramilitarismo y la política en nuestra adversa realidad nacional.

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Treinta años después de la publicación de Revolución en la literatura y literatura en la revolución, ¿qué percepción tiene de ese libro cuando han ocurrido cambios políticos globales como la caída del bloque socialista?

El libro no fue concebido como tal sino por la necesidad de la editorial Siglo XXI de México de agrupar una serie de ensayos: el mío, los de Cortázar y Vargas Llosa y mi “contrarrespuesta para armar”. Esos ensayos se habían publicado en agosto de 1969 en el semanario Marcha, de Montevideo. Se publicaron después en El Caimán Barbudo, de Cuba; en la revista Nuevos Aires, de Buenos Aires y en dos entregas de Lecturas Dominicales de El Tiempo, un magnífico suplemento dirigido entonces (1969-70) por Daniel Samper Pizano y Enrique Santos Calderón. Fue una “polémica” de época. En Papeles inesperados, su libro póstumo, Cortázar dice que “en ambos casos (se refiere a su respuesta a mi ensayo y a su cruce de cartas con José María Arguedas) se habló de polémicas pero en realidad se trataba de tentativas de diálogos a distancia, cosa muy diferente de una polémica, puesto que ésta es casi siempre agresiva(…)” Hoy no estaría de acuerdo con algunas de mis tesis, sobre todo con la simplificación que hacía de la “realidad”, reduciéndola al campo sociopolítico. Mi texto fue mal leído por muchos. Recientemente, hizo lo mismo una gran ensayista amiga, Jean Franco, a quien le faltó poco para decir que era “estalinista”. Me gané muchos amigos y prejuicios, algunos infames como el de José Miguel Oviedo (por otra parte, un crítico excelente), quien en carta a Vargas Llosa (ahora conocida) ve esa “polémica” como una conspiración castrista. Me llama “escritorzuelo” y otras lindezas. En fin, el clima literario se calentó en toda América Latina con ese intercambio de ideas. Yo tenía entonces 26 años y estaba animado por cierto voluntarismo revolucionario y por el peso de mis estudios de sociología de la literatura. Trajo malentendidos chistosos: en alguna parte digo que la sintaxis de los discursos de Fidel Castro, el ordenamiento de sus frases, son un modelo del habla cubana susceptible de ser convertido en escritura. ¡Y ahí fue Troya! Todavía hay gente que interpreta esa afirmación diciendo que yo pretendía imponer en la literatura el estilo de Fidel!

Su labor periodística de gran agudeza le ha ocasionado persecuciones por parte de la acerada intolerancia de nuestro país. ¿Cree que la violencia puede ser exorcizada de un territorio donde esa mancha aciaga ha invadido todos los pliegues de la realidad?

Aspiramos a que esa violencia, verbal y de hecho, sea extirpada a derecha e izquierda, exorcizada, dice usted. Todavía ahora me siguen llegando amenazas menos directas e insultos: la semilla sectaria sembrada por el uribismo sigue dando frutos. Los últimos 7 años de vida política alimentaron esa actitud. El disentimiento y la crítica pasaron a ser casi “judicializados”. Así que todo depende del modelo democrático que se elija desde las élites de poder y del despertar de la cultura ciudadana que responda a esos poderes. Se va a necesitar un largo período de reeducación cultural para quitarnos de encima la intolerancia entronizada en estos años. Sin ese exorcismo, no habrá democracia viable.

¿La narcosis política que padece Colombia entronizada por los medios de comunicación, continuará después del gobierno de Uribe o ha comenzado a diluirse porque el “monaguillo nunca posee los atributos del cura”, como lo manifiesta usted en una reciente columna?

Será un proceso más largo, con nuevos protagonistas, aquellos que seguirán creyendo que el éxito de Uribe en las urnas y en las mayorías visibles necesita de los mismos métodos y actitudes del modelo Uribe. Los monaguillos pueden hacer igual o más daño que el cura. Los medios de comunicación pueden jugar un papel digno pero es posible también que la “narcosis” se prolongue con nuevas dosis de anfetatonterías fabricadas en la “sociedad del espectáculo.”

Después de una juventud trashumante que lo llevó a residir en Cuba, Francia, Suecia y España durante dos décadas, escribió El exilio y la culpa y Las trampas del exilio, donde propone que el extranjero mistifica el pasado haciéndolo más luminoso… ¿Por qué decidió someterse de nuevo a las trampas del origen retornando a Colombia?

El exilio y la culpa fue una corrección casi pública, diez años después, de Las trampas del exilio, libros ambientados en la Barcelona de la diáspora chilena y argentina, es decir, transcurre cuando se produjo la llegada masiva de fugitivos de las dictaduras del Cono Sur. Es un libro sobre las imposturas y un expediente alrededor de una desaparecida. No tiene nada que ver con mi regreso a Colombia, en 1989. Regresé sin reflexionar mucho pero sintiendo que mi vida en Barcelona y Europa podría llegar a un “punto de no retorno.” Se me estaban congelando los mitos y la memoria de Colombia era ya difusa. Sentía que era un escritor colombiano necesitado de la experiencia colombiana. Soy tremendamente realista. Y regresé cuando este país estaba en mano del narcoterrorismo, cuando el paramilitarismo empezaba a afianzar su poder destructor en alianzas con agentes del Estado y la guerrilla hacia su giro hacia el terrorismo de los secuestros y las extorsiones criminales. Se estaba dando el último carpetazo a la Guerra Fría.

El erotismo, más que un tema recurrente es un fundamento existencial… En sus quince novelas y en sus seis libros de cuentos varios de los personajes padecen o gozan sus ardientes efluvios… ¿Cree con Mario Vargas Llosa que América Latina ni siquiera ha accedido al erotismo, pues éste es producto de sociedades de un mayor refinamiento cultural?

El erotismo de la literatura latinoamericana es marginal pero tiene grandes antecedentes en la poesía del siglo XX. Recuerden a Oliverio Girondo pero también a Neruda. Asoma su cabeza creativa y como una propuesta que va más allá de la expresión gimnástica de la sexualidad en las obras de Cortázar, Carlos Fuentes, Cabrera Infante, por ejemplo. Se vuelve ritual chinesco en Severo Sarduy. Tiene una apoteosis barroca en Paradiso de Lezama Lima (el célebre capítulo VIII) y se convierte en tema de reflexión en los ensayos de Octavio Paz. No creo en esa tesis del “refinamiento cultural”. Por supuesto, India y Japón tienen culturas milenarias, y el refinamiento en el erotismo es grande, está insertado en sus culturas y en la iconografía de sus vidas cotidianas. Yo creo que somos demasiado jóvenes (¿dos, tres siglos de literatura apenas?) para aspirar a ese “refinamiento”. Sin embargo, el erotismo ya tiene carta de presentación en la novela y la poesía latinoamericanas. ¿Recuerda Mirándola dormir, de Homero Aridjis?

La ballena varada es uno de sus libros por el cual siente aprecio especial, sus numerosas ediciones y la presencia de un protagonista que nos da las claves de la solidaridad con un planeta que se deshace son notables… Pareciera decirnos que la conciencia se forja más en nuestra inocencia que en los movimientos de la racionalidad…

Esa novelita es una vuelta a la inocencia y a las entrañables imágenes de mi infancia en Bahía Solano. Es una propuesta ecologista y solidaria a partir de una ficción muy sencilla: un niño que trata de salvar a una ballena encallada en las playas de ese pueblo. Y es cierto, la racionalidad no sólo se ha revelado insuficiente sino que ha sido el origen de una fantasía delirante: el progreso como una locomotora que se dirige a ninguna parte arrastrando lo que encuentra a su paso, el equilibrio de la vida, las leyes de la naturaleza, la solidaridad humana. Supongo que el éxito de esa novela estriba en su sencillez.

De su prolija indagación sobre la violencia en Colombia han derivado varias de sus ficciones. Recientemente publicó su novela negra Señor sombra donde intenta responder el interrogante que siempre lo ha acompañado: “¿Cómo se mata en Colombia?” Allí es patente la visión de Thomas de Quincey del asesinato considerado como una de las bellas artes, de la muerte elevada a escenificación

Esa novela es el resultado de una larga indagación sobre la violencia y su modus operandi en la sociedad colombiana. Y parte de una voluminosa documentación sobre crímenes y masacres. Responde desde la ficción a la pregunta cómo se mata pero también a otra no menos grave: quiénes son los que permiten que se mate de esa manera. El paramilitarismo está detrás de la trama, pero no lo llamo así. Lo que hay detrás es una organización llamada La Empresa, con una estructura organizativa que difiere en muy poco de la del Estado. Si elegí el formato (que no género) policíaco fue porque me servía para desarrollar la trama como si fuera un expediente judicial: un crimen, los sospechosos y los verdaderos asesinos. Estoy sorprendido por el escaso eco que ha tenido en los medios y en eso que llamamos las publicaciones culturales, donde ofician mandarinas y mandarines que fruncen el ceño o el culo cada vez que la literatura se asoma a la política. Es una buena novela, responde a interrogantes, abre otros, está concebida desde un estilo que hace avanzar la historia y, al mismo tiempo, reflexiona sobre ella, pero “la sociedad literaria” no ha dicho nada al respecto.

En la tensión reflexiva de sus personajes a veces llega un eco de André Malraux… ¿Qué piensa de ese autor definitivo que ya no se lee con el fanatismo de otras épocas?

En cierto sentido, soy un novelista malrauxiano. Admiro mucho sus novelas y me fascinan sus ensayos sobre arte, su idea de las metamorfosis que sufren las obras de una cultura a otra. Escribí un librito sobre su vida y obra que se publicó en España en 1986. Cada vez que pienso en su obra, pienso en el testigo de la revolución china, de la descolonización de Indochina, de la guerra civil española y la resistencia francesa contra la ocupación nazi. Esos son los grandes temas de sus obras. La política y la historia estaban en el centro de sus ficciones. Era un mitómano en ciertos episodios de su vida, pero la lección de su literatura es una respuesta creativa a quién se pregunte por las relaciones de ésta con la política. Qué bueno sería volver a leer El tiempo del desprecio y La condición humana. La última, sobre todo. Creo que J.M. Coetzee lo tuvo en su memoria cuando escribió El maestro de Petersburgo, esa tremenda reflexión sobre las revoluciones y el terror, sobre “esos seres iluminados” de quienes hablaba Malraux.


*Poeta, narrador y ensayista colombiano.