El Ojo Editorial

¡Que vivan las cadenas!

El Domingo pasado, bajo un sol espléndido que ahora parece burlón, y nuevamente sin saber de dónde, volvieron a salir de sus madrigueras las tristes mayorías, la masa informe de los inconscientes y los esquiroles, los colaboracionistas y los mentecatos, para otorgarle un aplastante triunfo al candidato oficilista Juan Manuel Santos, erigiéndolo en amo y señor de la gran finca en que se ha convertido Colombia, este latifundio oneroso donde nunca los Dioses se equivocan a favor del hombre, y donde el diablo no tiene mucho que hacer, suplantado por los políticos de oficio, los asesinos vocacionales y los rateros de corazón.
Aunque grandes sectores de la población ya delatan el hastío y la inconformidad, la desesperación y la pena, de verse reducidos al absurdo por una fiebre ideológica, tan parecida en su histérica popularidad al fascismo italiano y el falangismo español, volvió a imponerse nuevamente el elector fantasma: aquel pobre diablo que no hace mucha alharaca, no se ve mucho, no tiene blasones ni significación real y que cuando está solo resulta vano e intangible, pero que en grupo, visto como parte de una suma, decide los episodios de la historia. Y los decide mal.
El uribismo en su apoteosis, tiene mucho de oscuro dogma religioso, traumatismo ciego de la psique nacional, dolorida enfermedad multiplicadora. La poca o casi nula divergencia que sus postulados tienen entre los militantes, la ausencia de cualquier tipo de reflexión al interior de sus partidos, la teológica creencia de sus borregos en los dos o tres nombres que le sostienen, demuestran que se trata de una ideología obsoleta, un reencauche de otros tiempos, utilizado de manera funcional por los poderosos –que no quieren perder nada- y los esclavos del miedo –que sienten pánico de perderlo todo-. Así, sin mucho seso y bastante maquinaria –incluidos partidos como el siniestro PIN-, la aplanadora incongruente volvió a pasar estampillando cabezas y esperanzas, y se hizo acreedora a continuar la marcha, no importa si los pasados ocho años fueron el reino de la injusticia social, un jardín de sangre o un casa de préstamo de las oligarquías regionales.
Habrá que soportar también estos mandobles con la dignidad y el lirismo de una derrota honorable, en contrapunto a la fiesta vulgar y onerosa de los que abrazan el triunfo, no importa la metodología que deba usarse para alcanzarlo. Dentro de veinte días, por lo tanto, lo mejor será salir en masa a votar por el partido Verde en cabeza del profesor Antanas Mockus para intentar derrotar al uribismo, y dejar con ello un testimonio de nuestro rechazo a la segunda patria boba y al tiempo de los ladrones y los homicidas:
Parece casi imposible, pero según están las cosas, se dibujan en el horizonte nuevos malos tiempos…