Los candidatos a la presidencia y la educación


Por Fabio Jurado Valencia*
Todos los candidatos dedican un lugar en su plataforma al tema de la educación. Algunos, como Petro y Mockus, le asignan a la educación una función protagónica en sus proyectos de gobierno. Estos dos candidatos marcan la diferencia en el modo de abordar el tema, pues al menos insinúan la necesidad de introducir procesos nuevos en la educación, a partir del reconocimiento de los problemas más sentidos en el sistema. Los otros candidatos abordan el problema de manera tangencial y muy genérica. Pardo considera que “el camino para una Colombia justa es una sociedad educada”, pues “los niños y los jóvenes colombianos sufren del abandono y olvido del estado y de la sociedad”. Para Noemí Sanín se requiere de una “educación innovadora”, porque “la educación es el pilar fundamental para construir el país de clase media, competitivo y equitativo, al cual aspiramos.” Para Vargas Lleras, aunque en la página virtual se anuncia que la sección Educación está en construcción, se infiere de su “Política de juventudes” que el problema fundamental de la educación es la drogadicción y el alcoholismo y para acometer tal problema propone la “prevención a través de las aulas”. Juan Manuel Santos señala que se requiere de “una educación que estimule los talentos y la riqueza individual de los niños y jóvenes colombianos, liberando su creatividad y permitiéndoles descubrir su vocación” y anota que “los educaremos para la incesante flexibilidad mental y formativa que demanda el nuevo siglo.”
Estas apreciaciones generalistas y retóricas no posibilitan la deliberación, porque están permeadas por el sentido común; un tema tan complejo como lo es la educación tiene que trascender el tono ampuloso y atender a la singularidad sin tanto rodeo. Damos por hecho que en las escuelas se requiere de los computadores y del bilingüismo, y de la formación técnica y tecnológica, tan reiterado en el programa de Noemí Sanín y en el de Santos, pero cabe preguntarse para qué tipo de escuela y desde qué proyecto educativo y cultural del país; que cada estudiante de educación secundaria tenga un computador portátil, es un deseo y una ilusión, en un país tan desigual, y no es más que otra proclama de campaña. Llama la atención cierta ingenuidad en las ofertas que hace Santos: “Para el año 2020 habrá cinco millones de niños que lean, hablen y escriban correctamente el inglés” (El Tiempo, mayo 2, 2010). Al respecto, es necesario informarse sobre los bajos niveles de competencia comunicativa en inglés de los docentes de inglés, según la prueba aplicada por el Ministerio de Educación el año pasado. Pero también debe informarse que hay un alto índice de profesores que tienen que dictar la asignatura de inglés aunque no tengan la formación para ello. Por otro lado, dice que combatirá “la deserción temprana estableciendo la obligatoriedad del grado cero”. De acuerdo con la Ley General de Educación (1994), en su Artículo 18, “el nivel de educación pre-escolar comprende, como mínimo, un (1) grado obligatorio en los establecimientos educativos estatales”; es decir, desde 1994 está legislada la obligatoriedad y la gratuidad del grado cero. Frente a la educación superior, tanto Santos como Noemí, recalcan en la importancia del SENA (Servicio Nacional de Aprendizaje); eluden el problema relacionado con la financiación de las universidades públicas y el rezago tan alto en la cobertura y en la retención; no hacen mención al congelamiento de la planta docente de las universidades públicas, desde hace treinta años. Sólo hablan de becas y de la disminución de los intereses del ICETEX para quienes solicitan préstamos con el fin de estudiar.
En relación con las propuestas de Petro y Mockus, sin duda lo más importante es la invocación a la deliberación en torno a la educación que hemos de construir. Hay diferencias en sus puntos de vista cuando se trata de repensar los dos ciclos más débiles del sistema educativo colombiano: la educación pre-escolar y lo que se da en llamar la educación media. Ninguno de estos ciclos existe en la educación pública en Colombia. De un lado, el “grado obligatorio de pre-escolar”, o grado cero, se convirtió en primer grado de primaria y, en consecuencia, no ha respondido al perfil propio de la educación pre-escolar. De otro, los currículos de los grados décimo y once, o “educación media”, no son más que la continuación de la educación básica secundaria; estos grados se reducen al adiestramiento de los estudiantes para responder pruebas similares a las que aplica el ICFES o a la preparación de los estudiantes para presentar la prueba de ingreso a la Universidad Nacional. La posición de Petro, sobre “el aprendizaje desde la primera infancia” es preocupante: “las madres comunitarias serán empleadas públicas y se trasladarán al Ministerio de Educación para constituir el sistema de pre-escolar público de Colombia”. Es importante reconocer el rol de cuidadoras de las madres comunitarias pero no podemos confundirlas con los docentes formados para la educación pre-escolar. Mockus, al contrario, señala la necesidad de “tener personal calificado frente a las instituciones encargadas” del pre-escolar, pero da por hecho que existe este ciclo. Sobre la “educación media”, Petro habla de los “colegios universidades” dando a entender que a la vez que el joven finaliza el bachillerato, simultáneamente se forma como profesional; es una posición muy ambigua. Mockus no toca el problema de manera frontal, más allá de construir “colegios de alta calidad” y del aumento “del tiempo de estudio, pasando gradualmente de la media jornada a la jornada completa”; pero es preocupante que, como también lo señala Petro, focalice al SENA como alternativa –remedial- para los jóvenes, si bien consideran un acceso más democrático a la educación superior.
El tema de la educación superior es más explícito en la propuesta de Mockus, porque sabe en dónde están las talanqueras: “impulsaremos un programa de formación de profesores universitarios en maestrías y doctorados, para aumentar el número de profesores de planta y de profesores con maestría y doctorado”; además señala que revisará y actualizará “el esquema de acreditación de programas académicos, así como los mecanismos de evaluación, haciendo públicos sus resultados”. En Petro se rescata, al menos para la discusión, “el enfoque de los derechos”, por encima de “las categorías de cobertura y calidad”. En un punto coinciden Petro y Mockus plenamente: estimular el reconocimiento social a la labor de los docentes y fortalecer su formación.


*Director del Instituto de Investigación en Educación, de la Universidad Nacional de Colombia